Ruth fue al estudio a hacer la limpieza, como todos los martes. Le extrañó no ver allí a Arturo. Él pasaba largas temporadas enclaustrado en la pequeña estancia, ensimismado en sus experimentos y su extraña máquina, a la que, por cierto, comenzó a quitarle el polvo acumulado sobre los botones. Algo debió de tocar Ruth, sin querer, porque el Neutrinos se puso en marcha. Sintió una sacudida fuerte y notó que su cuerpo se desintegraba. Cuando se recompuso, se vio en la cubierta de un barco; allí una pareja de jóvenes miraba hacia el horizonte, con los brazos abiertos en cruz y sus manos entrelazadas, mientras la embarcación, chocando contra los icebergs, se hundía. A Ruth le entró el pánico. Se tiró al agua helada sin darse cuenta de que era arrastrada hasta el fondo por el enorme peso de la cota de malla.
Nota del personaje: la máquina del tiempo tuvo que equivocarse de época. Me percaté de ello por el atuendo medieval que llevaba y que me hizo hundirme hasta lo más profundo del océano. Para saltar al agua -no vayan a pensar que soy tonta- busqué ávidamente un chaleco salvavidas, pero no pude encontrar ninguno. Alguien se lo había llevado de allí antes.