Visitantes

lunes, 28 de febrero de 2011

AUTODESTRUCCIÓN

Comencé a buscar términos en Google y fui tomando apuntes para mi próxima novela. El protagonista era un niño hindú nacido en el seno de una familia pobre, que fue entregado por unos dinares a un bandido. Un pequeño al que le fueron quemados los ojos. Los ciegos daban más lástima y eso significaba algo claro, habría más limosnas y por tanto, más dinero. Continué buscando bibliografía sobre el sistema hereditario de las castas: los intocables, los invisibles o los jatis, y sobre las viudas en India, mujeres muertas en vida.

Mencioné en voz alta mi repulsa por tan devastadores y brutales actos. Acciones que consideraba impropias de cualquier ser humano. Ahí debí haberme callado, porque entonces fue cuando se me rebelaron. Salieron de mis líneas y dijeron: “tú eres como ellos” Me explicaron que habían nacido inocentes, perfectos, hasta que me hice su dueño. Fui yo quien abrasó sus ojos, el que rompió sus piernas y el que los condenó a una vida de desprecio y soledad. Tras pedir perdón cien veces, me obligaron a sentarme en mi silla nuevamente y escribir un texto supuestamente autobiográfico. Ahora están aquí, a mi lado, vigilándome, mientras yo escribo mi historia, la que ellos han decidido que sea, la de un cazador de elefantes en África, que es devorado por un tig

viernes, 25 de febrero de 2011

HOMEOSTASIS ARQUITECTÓNICA

Era día de mercado y las calzadas se veían atestadas de gente. Las bandas rivales merodeaban por los alrededores, dejando claras las consignas; más valía respetar su territorio o deberían de atenerse a las consecuencias. Sin saber muy bien cómo, ni de dónde partió la disputa, en pocos segundos se armó una de las muchas trifulcas que alteraban la calma. Los golpes atravesaban mandíbulas y el género volaba sobre sus cabezas. De pronto, un hombre salió de un oscuro callejón al grito de: -¡Ya basta, la calle es de todos!

Al instante, los que habían presenciado la escena, quedaron mudos ante el imperativo del desconocido. Él, con voz firme y autoritaria clamó de nuevo: -¡Que cada uno coja su trozo!

Extrañados, vieron la calle desgajándose en porciones. Cada una de las personas allí congregadas, agarró la pieza que le quedaba más cercana. El misterioso caballero volvió a hablar, en un tono más conciliador esta vez, exhortándoles a construir algo todos juntos. Obedeciendo el mandato, abandonaron el recinto del mercado en dirección al Parque de Oriente. En silencio, avanzaron en procesión hacia la plaza, lugar en el que comenzaron a colocar en orden los fragmentos que portaban. Al cabo de largas horas, retrocedieron unos metros, ante sus ojos apareció su obra, hermosa y monumental. En medio de aquel alborozo, decidieron retirarse a descansar. Al día siguiente, cuando fueron a la plaza, la basílica aún seguía ahí.


Relato presentado a concurso "La Calle es de Todos" sobre Zaragoza.




miércoles, 23 de febrero de 2011

EL CONQUISTADOR DEL NUEVO MUNDO

Gus no recordaba otra vida que aquélla, encerrado entre cuatro muros. Por la mañana, alguien lanzaba un bote con comida por encima de la tapia. Cada amanecer se repetía la misma escena. La voz le dejaba solicitar un deseo, y el niño pedía un cuento nuevo. Al rato, un libro caía a sus pies tras sobrevolar las piedras que los separaban, entonces lo abría y lo leía en voz alta. Al otro lado, el desconocido, escuchaba atento el relato. La jornada siguiente, trascurría de manera exactamente igual a la anterior, el chico reclamaba su libro que, una vez en sus manos, recitaba gustoso. Día tras día, los volúmenes se iban acumulando en el interior del pequeño espacio. Una noche, la voz comunicó al muchacho que se habían terminado los cuentos. Iría a la ciudad a por más y regresaría más tarde. El niño, conforme con no poder leer una aventura nueva aquella mañana, esperó sentado en un rincón hasta quedarse solo. En ese instante, cogió la gran cantidad de cuentos que habían quedado allí amontonados, y con paciencia y esfuerzo, los fue apilando hasta construir una escalera con la que ascender por la tapia. Gus subió por ella y al llegar a lo más alto, quedó en estado de shock al vislumbrar el increíble mundo que había al otro lado.

lunes, 21 de febrero de 2011

GENOMA HUMANO

El chimpancé va pulsando los números, solo una milésima de segundo después de que se desvanezcan las luces en la pantalla. Luego, sorprendentemente, es capaz de repetir la secuencia sin alterar el orden. En el laboratorio estudian sus gestos y su función neuronal, en un nuevo intento de la comunidad científica por descubrir el paralelismo entre simios y humanos. Tras ejecutar correctamente la serie numérica, el primate recibe sus cacahuetes. Un capricho que solamente disfruta los días en que el trabajo es perfecto. Por la noche, el chimpancé abre la jaula, coge la caja donde se guardan los maníes y le da dos vueltas al cerrojo. A la mañana siguiente, el científico vuelve a encontrar la caja cerrada, suspira extrañado, busca la llave, la abre y rescata los cacahuetes. El chimpancé observa la escena. El hombre hoy tendrá su premio.

viernes, 18 de febrero de 2011

AMOR BULÍMICO


Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa. A partir de ese momento, Lucía ha comenzado a engordar de una manera exagerada. Come compulsivamente cuando está sola. Los médicos dicen que es un problema de ansiedad. Pero yo sé que lo hace para tener todos los días basura que bajar.



Texto presentado al concurso de ReC donde la frase de inicio era "Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa"

miércoles, 16 de febrero de 2011

FÁBRICA DE SUEÑOS

Como la mayoría de la población en los últimos tiempos, Raymond había perdido toda esperanza. El escaso capital ahorrado pronto sería inexistente. Recostado sobre el raído colchón del motel, meditó sobre la mejor táctica de supervivencia. No lograba dormir, se habían terminado las quimeras, y sin éstas, resultaba imposible conciliar ningún sueño.

Los ciudadanos vagaban por las calles, unos sonámbulos, otros, simplemente desesperados. Entonces fue cuando decidió crear una fábrica de sueños, una factoría de ficciones sin impuestos, ni aranceles. Los libros repoblarían las baldas, el arte pintaría las aulas y los poetas, con sus versos, llenarían de poemas las almas. Una noche, soñó que se despertaba, le habían cerrado la fábrica.

lunes, 14 de febrero de 2011

NEUROSIS CRÓNICA DE UN PERFECTO SINCOPADO

Avelino estaba deseando morirse, por aquello de saber cuánto le querían sus allegados y amigos. A días se tiznaba la cara de blanco, vestía el mejor de sus trajes y se tumbaba en la cama, con las manos entrelazadas sobre el vientre y los ojos cerrados, a la espera de escuchar los llantos afligidos de los que le amaban. Una vez, Don Pascual, al salir de la sacristía, lo sorprendió tumbado en el suelo, cual largo era, al pie del altar. Allí lo encontró acomodado en la característica postura de brazos cruzados y palmas extendidas sobre los hombros, aguzando el oído para hacerse a la idea de la cantidad de toses y siseos que escucharía, y que le dejarían adivinar el número exacto de personas asistentes al funeral. En su último cumpleaños, Avelino sopló tres velas, y después, se hizo el muerto.

viernes, 11 de febrero de 2011

TRIBULACIONES DE UN HOMBRE MODERNO


Cuando dejó de respirar, su marido la planchó y la guardó, con cuidado, en el armario.

miércoles, 9 de febrero de 2011

EL DICTADOR

Le cobran en aquella fila de la izquierda, si no le importa” le dijo el hombre del pequeño bigote que estaba en la entrada.

Él lo miraba con respeto, incluso con algún atisbo de fanática admiración. Lo había visto en fotografías o escuchado su voz en la radio, pero jamás pensó conocerlo en persona. Su imagen impresionaba. Aquel día esperaban todos alineados para ir entrando, uno a uno, en la estancia. Se preguntaban qué les tendría el Gran Dictador allí dentro reservado. Una vez acomodados en el interior, las luces se apagaron. El silencio y la oscuridad los cogió por sorpresa, y en unos instantes, Chaplin provocó mil carcajadas.

lunes, 7 de febrero de 2011

EL REPARADOR DE CORAZONES ROTOS

El reparador de corazones rotos trabajaba en el viejo taller, en una esquina de la plaza, en el mismo sitio que lo había hecho su padre y también su abuelo, en un pueblecito ubicado entre Winnapu y Losttopa. Por las noches se le sentía martillear en su mesa de trabajo, y por el día, se escuchaban latidos, algunos desacompasados, que salían de algún recóndito lugar del interior de la casa. Allí atendía a sus clientes, pertrechado con su delantal de caucho azul, sus redondas gafas metálicas y esa enorme sonrisa que jamás le abandonaba. Con oídos de psicólogo y manos de relojero, atendía las peticiones de enamorados lastimados, familias en duelo por seres perdidos, amigos dolidos de engaños, hermanos traicionados, y otras roturas infames, que con cuidado arreglaba. Pero lo que nadie alcanzaba a imaginar era que, al pobre reparador, ya solamente le quedaba una porción de corazón.

viernes, 4 de febrero de 2011

OBRA PÓSTUMA

Marlow bajó del tren angustiado, corrió por las calles lo más rápido que sus piernas le permitieron. Sin aliento, oyó las sirenas aullando en la noche mientras la oscuridad comenzaba a caer sobre su sombra. Tan sólo le quedaban unos pocos minutos, después, todo habría terminado. Alcanzó el callejón y jadeante subió las escaleras de dos en dos, presa del pánico. En ese punto, el escritor paró su relato, alguien estaba llamando insistentemente a la puerta. Abrió, y allí, en el umbral, apareció su personaje, sudoroso y con una súplica en la boca: “por favor, Raymond, no me mates”. Raymond Chandler, sorprendido, tardó unos segundos en reaccionar, al instante, el sonido de un disparo rebotó en el rellano.

miércoles, 2 de febrero de 2011

EL PACTO

Yo firmé los papeles y él me entregó un recibo. El pacto había quedado sellado con ese intercambio y un apretón de manos. Abrí la nevera del destartalado hotel y agarré la única botella que sobrevivía en su interior. Agité la gaseosa y llené los vasos hasta el borde, con un choque de cristales brindamos porque nuestra sociedad fuera eterna. Había pasado mucho tiempo desde ese día, unas cuantas generaciones, y un par de siglos. En la tercera reencarnación le volví a ver, allí, en el banquillo sentado, su cola asomando bajo el abrigo, sus ojos negros reflejados en los míos y entre sus dedos, unos folios con mi rúbrica al pié. Alisándome la toga, no me quedó más remedio que dictaminar el sobreseimiento del caso.