Comencé a buscar términos en Google y fui tomando apuntes para mi próxima novela. El protagonista era un niño hindú nacido en el seno de una familia pobre, que fue entregado por unos dinares a un bandido. Un pequeño al que le fueron quemados los ojos. Los ciegos daban más lástima y eso significaba algo claro, habría más limosnas y por tanto, más dinero. Continué buscando bibliografía sobre el sistema hereditario de las castas: los intocables, los invisibles o los jatis, y sobre las viudas en India, mujeres muertas en vida.
Mencioné en voz alta mi repulsa por tan devastadores y brutales actos. Acciones que consideraba impropias de cualquier ser humano. Ahí debí haberme callado, porque entonces fue cuando se me rebelaron. Salieron de mis líneas y dijeron: “tú eres como ellos” Me explicaron que habían nacido inocentes, perfectos, hasta que me hice su dueño. Fui yo quien abrasó sus ojos, el que rompió sus piernas y el que los condenó a una vida de desprecio y soledad. Tras pedir perdón cien veces, me obligaron a sentarme en mi silla nuevamente y escribir un texto supuestamente autobiográfico. Ahora están aquí, a mi lado, vigilándome, mientras yo escribo mi historia, la que ellos han decidido que sea, la de un cazador de elefantes en África, que es devorado por un tig