Aquella cadena lo tenía atado de pies y manos. Sabía que por más empeño que pusiera, jamás lograría liberarse de ella. Desde la cama, observaba el mundo y la libertad que se le escapaban por una estrecha rendija de la ventana. Se encontraba tan débil que apenas podía mover un músculo. En el preciso instante en que fue concebido, ya estaba predestinado. Con los ojos bañados de lágrimas, intentaba zafarse de esta pena impuesta a perpetuidad, pero los malditos eslabones de su cadena de ADN lo mantendrían así, postrado allí, por toda una vida.
8 comentarios:
La piel de gallina. Un duro retrato de la realidad de algunas personas... Qué injusticia, ¿verdad?
SaludoS
Una verdadera cadena. Ojalá algún día pueda ser rota (y modificada) como otras tantas.
Un abrazo, Maitechu.
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Carlota: muy injusto, habrá que confiar en la ciencia y la medicina.
Alberto: en efecto. Una cadena interna tan dura como cualquier otra que te prive de la libertad.
Hostia, sí, pobre gente la que tiene una enfermedad congénita. Es estremecedor. Eso sí que es mala suerte, y no de lo que nos quejamos por lo general
Joder, pequeña, has vuelto a revolverme por dentro... eres una fiera.
Un beso enorme.
Miguel: estoy de acuerdo contigo, aprendemos a estar con la queja en la boca, como si fuera nuestro bocado diario.
Luis: hoy tenía ganas de romper cadenas ;-)
Estremecedor.
Sin duda alguna, Carlos, algo tremendo.
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