Se encontró boqueando, buscando una gota de oxígeno en esa atmósfera irrespirable. Los ojos, fuera de sus órbitas por la ausencia de aire, o quizás por la condensación del miedo, clamaban auxilio. Un hilo imperceptible desgarraba su garganta, y un dolor agudo en el estómago, como un pinchazo infinito, le rompía las entrañas. Notaba su cuerpo mojado, salado, el anuncio del pánico de quien presiente que todo se acaba o el llanto de quien está desesperado.
Sus piernas golpeaban rítmicamente el mimbre dando saltos inútiles con los que escapar de la ausencia de vida. Un fuerte tirón lo colocó sobre la mesa de acero. De reojo podía ver un estilete y unos guantes sobre la fría superficie. Posiblemente ya estuviera muerto.
Escuchó ruidos y un lenguaje ininteligible. Allí estaban, una familia de barbos, observándolo, con las agallas dispuestas a abrirle las tripas.
7 comentarios:
Me esperaba el final. Aun así, bien narrado.
Un saludo.
Buen cambio de papeles. Hay que estar de vez en cuando en la piel del que sufre.
Un beso.
Víctor: no hay manera de sorprenderte. Me pongo ese reto, a ver si lo consigo algún día. Un abrazo.
Torcuato: siempre hay que intentar ponerse en los zapatos del otro para ver las cosas desde su óptica. Si no, nos perdemos la mitad de la historia. Un abrazo.
Pues yo no me lo esperaba y me ha sorprendido agradablemente. Sentí la asfixia.
Abrazos.
Lola: todo un lujo tu paso por mi blog. Me alegra haber logrado sorprenderte.
Un abrazo
Yo tampoco esperaba ese final, hoy que tenía lubina para cenar...jeje
Gotzon, ni se te ocurra dar la espalda ni un segundo a la lubina!!!
Publicar un comentario