Tras lo que mi cuerpo consideró un reparador descanso, intenté abrir despacio los párpados y sacudir el sopor que se había adueñado de mí. Al hacerlo, choqué con una total y absoluta oscuridad. Quise estirar los brazos y no pude. Lo mismo me pasó con las piernas. Las rodillas tocaban una dura superficie que me inmovilizaba. Sólo un sonido lejano rompía el silencio, algo parecido a un gemido.
Pronto acudieron las imágenes a mi mente. Como la secuencia de una película, los recuerdos comenzaron a sucederse uno tras otro. Me vi tumbado en la cama de mi dormitorio sintiendo una angustiosa agitación en el pecho que me dificultaba la respiración. Los fogonazos de recuerdos no paraban de brotar sin descanso. Podía ver la habitación revuelta, la ropa esparcida por el suelo, una botella de whisky vacía sobre la alfombra, los cristales del espejo roto adheridos a mi puño, la almohada cubierta por botes de pastillas desparramadas por todas partes, mientras un sabor amargo inundaba mi paladar y las arcadas intentaban en vano vaciarme de muerte para devolverme a la vida.
El aire se hacía cada vez más denso dentro de aquel negro agujero, la carencia de oxígeno dentro de mi ataúd me asfixiaba, sentía explotar mis pulmones. Volví a oír el lamento, esta vez más cerca, justo encima de mí. El único aliento que me quedaba lo utilicé para vomitar mi miedo y gritar un desgarrador -¡ayudadme!- Ese último suspiro me salvó del suicidio llevándome al fin hasta la muerte.
4 comentarios:
Qué angustia me da siempre pensar en el entierro prematuro. Se salva del suicidio, dices, pero porque no hay opción. El suicida, cuando decide matarse, busca el cómo, no le vale cualquier método. Yo creo que tu prota no dice "no" a la muerte. Más bien dice "no así".
Un abrazo
Qué gusto me da tu lectura Jesus, porque ese es precisamente el epicentro del relato. "De este modo no"
Yo he tenido épocas de pensamiento recurrente sobre quedar en estado catatónico. Edgar Allan Poe escribió fenomenalmente sobre esta angustia.
Un abrazo mayúsculo.
Cuando oímos eso de que alguien se salva de la muerte suena como una pequeña ironía. O tal vez la más grande.
Abrazos, Maite
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Así es Alberto la más grande. Aunque el protagonista de esta historia no consiguió burlarla, aunque ella sí se burlara de él.
Un abrazo mayúsculo ]==>
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